Escrito por: Javier Moreno
Reflexiones
Hay ocasiones en las que se produce un encuentro directo con nosotros mismos. Son momentos en los que, de repente, empezamos a ver las cosas con una claridad deslumbrante y que, habitualmente, suponen el inicio de transformaciones que conducen a una mayor sintonía con todo.
Esta claridad siempre se refiere a uno mismo y, por tanto, no es algo que pueda aprenderse, conocerse mediante el entrenamiento o ser transmitida por otro, porque nadie mejor que nosotros mismos sabe lo que somos. Esta verdad solo se manifiesta por reconocimiento espontáneo en forma de esos momentos “¡Aha!”.
Me vienen a la cabeza dos momentos “¡Aha!” a través de dos frases que me encontré hace un tiempo:
Una era del sabio Sri Nisargadatta. Decía: “Para tratar con las cosas es necesario el conocimiento de las cosas; para tratar con la gente es necesario entender a las personas, tener empatía; para tratar con uno mismo no es necesario nada”.
La otra frase la leí en una tarjeta donde aparecía debajo de la imagen de Charles Chaplin. Decía: “Sé tú, e intenta ser feliz, pero ante todo, sé tú”
Cuando uno cree ser algo distinto a lo que verdaderamente es, el conflicto está asegurado. Nos identificamos con una raza, un dios, una nación, un sexo, o un individuo y como tal nos comportamos, pero lo que nosotros somos nada tiene que ver con eso. Esta incoherencia es la raíz de la mayor parte de nuestros problemas psicológicos y de los conflictos de la humanidad.
Reconocer la verdad de quiénes somos es lo único que puede diluir ese conflicto de identidad, pero esto nada tiene que ver con hacer algo u obtener algún conocimiento nuevo, como dice Nisargadatta en la cita, pues se trata de nosotros mismos. ¿qué conocíamos de nosotros mismos antes de los 3 ó 4 años? ¿lo necesitábamos para ser nosotros?
Nuestra verdadera naturaleza no es ser felices, buenos, amorosos, pacíficos o libres. Nuestra verdadera naturaleza se manifiesta simplemente como ser; sin más aderezos; un ser libre de atributos y de cualidades. Las cualidades y atributos solo son un mecanismo utilizado por nuestras funciones cognitivas para acotar la realidad infinita que somos, darle forma y que poder percibirla. La felicidad, la bondad, el amor, la paz o la libertad son, evidentemente, la esencia de nuestra naturaleza, en caso contrario no formarían parte de nuestros valores y deseos universales, pero el mero hecho de darles cualidad y de definirlas las convierte en objetos limitados y, con ellas, quedamos limitados nosotros mismos. Conocer la felicidad supone acotarla contraponiéndola al sufrimiento y conocer la bondad supone acotarla contraponiéndola a la maldad y, de esta forma, surge la lucha y el conflicto.
Reconocer lo infinito no es conocerlo a través de contraposiciones y conceptos sino liberarse de las cualidades y atributos que dividen artificialmente la realidad. La entrada de eso en nuestras vidas, sin duda, no se produce por voluntad propia, pues es como una riada que no deja en pie estructura alguna para dar sentido a la vida.
Concluyo con tres frases:
- “La vida cobra más sentido cuanto más difícil se hace” dijo Viktor Frankl.
- «El sentido de la vida no es más que el acto de vivir en uno mismo» dijo el psicoanalista Erich Fromm.
- “Todo indica que a nivel celular el cuerpo responde positivamente al bienestar psicológico basado en el sentido de conexión y el propósito” psicóloga Barbara Fredrickson